Camina sobre las ruinas de su país. Serena y segura pese al dolor y la indignación ante los crímenes de lesa humanidad y estropicios, haciendo prevalecer la empatía, la solidaridad y el amor hacia su gente, esos seres a quienes llama diciendo: “¡Vente Venezuela!”, los cuales en ella ven a su madre, con un misticismo inexplicable. Su sonrisa se desdibuja sólo al enfrentar, valiente y decidida, a los cobardes que intentan cerrarle el paso a su victoria sin lograrlo, porque ella ya ha derribado los muros al forjar con sacrificios indecibles acumulados en más de una década lo que representa: la esperanza de que todo está dado para el fin de la tiranía. Milagro, cuestión de fe.