
El litio ha sido señalado machaconamente como la gran promesa del desarrollo en Bolivia, un recurso estratégico que podría convertir al país en un actor clave en la transición energética mundial. Sin embargo, entre los discursos optimistas y los anuncios de contratos millonarios con empresas extranjeras, se ha invisibilizado una cuestión fundamental: el costo ambiental de su explotación. Mientras el gobierno celebra el avance de la industria del litio, los salares y ecosistemas altoandinos, esenciales para la biodiversidad y la vida de las comunidades locales, están en riesgo de sufrir un daño irreversible.
Uno de los aspectos más críticos de la extracción de litio es su insaciable demanda de agua. Según diversas estimaciones, para producir una tonelada de litio se requieren alrededor de dos millones de litros de agua. En el contexto del altiplano boliviano, donde la disponibilidad hídrica ya es limitada, este consumo desmesurado pone en peligro no solo la fauna y flora local, sino también a las comunidades que dependen de estas fuentes para su supervivencia. En este escenario, los flamencos andinos, las especies de bacterias extremófilas únicas en los salares y los ecosistemas frágiles se ven amenazados por un modelo de explotación que privilegia la rentabilidad sobre la sostenibilidad y la conservación de la biodiversidad local.
Más allá del impacto ambiental, el desarrollo de la industria del litio en Bolivia se enfrenta a la falta de planificación y transparencia. Recientemente, decenas de organizaciones de la sociedad civil han denunciado que los contratos firmados con la empresa china CBC y la rusa Uranium One Group podrían ser lesivos para el Estado. Se estima que las regalías anuales para los municipios afectados apenas alcanzarían un millón de bolivianos, una cifra irrisoria si se considera el valor del recurso explotado. Además, la falta de estudios de impacto ambiental rigurosos y la ausencia de consultas previas con las comunidades reflejan una gestión improvisada y opaca, que repite los errores históricos de la explotación de recursos naturales en el país.
En este contexto, surge la pregunta: ¿es posible una extracción de litio menos destructiva?
El litio podría ser una oportunidad para Bolivia, pero solo si se gestiona con responsabilidad y visión de futuro. La narrativa del “oro blanco” como salvación económica del país debe ser cuestionada cuando su explotación se realiza a costa de ecosistemas vitales y comunidades que históricamente han sido marginadas. ¿Estamos dispuestos a sacrificar nuestros recursos naturales de manera desordenada y poco clara en nombre del desarrollo inmediato? ¿O podemos exigir un modelo de explotación que respete el medioambiente y garantice beneficios reales para el país? El futuro del litio en Bolivia aún está por definirse, pero lo que es innegable es que la sostenibilidad debe ser parte central del debate y no una nota al pie de página.