BOLIVIA Y LA RULETA RUSA DEL SISTEMA DE SALUD

En Bolivia, la salud no es un derecho garantizado, sino una lotería cruel en la que el acceso a tratamientos vitales depende de la suerte, el dinero o la posibilidad de ser atendido fuera del país. La crisis en el sistema de salud no es una cuestión coyuntural ni administrativa; es un problema estructural que condena a miles de bolivianos a la desatención, al sufrimiento y, en muchos casos, a la muerte evitable.

Los hospitales están desbordados, con pacientes esperando meses para recibir tratamientos que, en muchos casos, no pueden permitirse ese retraso. Imágenes de enfermos siendo atendidos en los pasillos del Instituto Oncológico del Oriente Boliviano son solo la evidencia más visible de un problema que se extiende por todo el país. No se trata de una crisis departamental; el colapso de los servicios de salud es un fenómeno nacional, y la falta de planificación y de inversión en infraestructura hospitalaria y tecnológica es un denominador común en todos los departamentos.

Para muchas familias, la única opción de seguir vivos, es salir del país. En 2023, alrededor de 600 bolivianos viajaban a Brasil en busca de tratamiento médico; sin embargo, para 2024, esta cifra ascendió a más de 1.500 lo que significa un aumento del 150% en tan solo un año. Una de las atenciones más requeridas es la oncológica, este fenómeno, lejos de ser un acto desesperado individual, es una evidencia real de la negligencia estatal.

La falta de inversión y planificación en el sector salud es alarmante; los tiempos de espera para estudios básicos como resonancias o sesiones de radioterapia pueden significar la diferencia entre la vida y la muerte, pero las autoridades parecen conformarse con parches administrativos en lugar de enfrentar el problema de raíz.

¿Cuántos bolivianos más deberán peregrinar a otros países en busca de atención médica que debería ser garantizada en su propio territorio? La crisis en la salud no es una eventualidad ni una mala racha: es el resultado de años de abandono y negligencia. Y mientras el Estado no asuma su responsabilidad, cada paciente sentirá que están jugando a la ruleta rusa con su propia vida.

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