Banderas de países del mundo

Balance del 2024 en el Ámbito internacional

El año 2024 que recién termina, fue catalogado por algunos analistas internacionales como un “annus horribilis”, debido a la convergencia de factores económicos, políticos y sociales que han desafiado la estabilidad global. Este calificativo, que remite a momentos históricos de adversidad, encuentra resonancia en un contexto marcado por elecciones controvertidas, conflictos bélicos persistentes, y una economía mundial en desaceleración.
En primer lugar, la democracia ha sido puesta a prueba en varios países en elecciones que han exacerbado tensiones políticas. En países como Rusia, las elecciones han carecido de una competencia justa, con partidos opositores perseguidos y líderes encarcelados. Por otro lado, el populismo, tanto de derecha como de izquierda, ha reforzado tendencias autoritarias, desplazando el debate ideológico por una lucha de poder polarizadora, fenómeno predominante en América Latina y otras regiones, donde los sistemas democráticos enfrentan crecientes desafíos internos.
Además, los conflictos bélicos en Ucrania y Gaza han exacerbado la inestabilidad global. La invasión de Rusia a Ucrania no solo ha destruido infraestructura vital, sino que también ha alterado el orden de seguridad en Europa del Este. En el Medio Oriente, el conflicto en Gaza ha tenido implicaciones globales, dificultando la consolidación de acuerdos de paz y perpetuando ciclos de violencia. La creciente beligerancia de potencias como China, en regiones como el Mar de China Meridional, también ha contribuido al aumento de tensiones internacionales.
La continuación de la guerra en Ucrania y la intensificación del conflicto en Gaza, amenazan con perpetuar ciclos de violencia y afectar a generaciones futuras. El rearme global, impulsado por tensiones geopolíticas, aumenta el riesgo de una escalada militar de mayores proporciones.
En el ámbito económico, la desaceleración de la economía china y la inflación en diversas regiones han generado incertidumbre. La dependencia global de las cadenas de suministro chinas y las disputas comerciales han repercutido en mercados emergentes y desarrollados, afectando el crecimiento económico y aumentando la desigualdad.
Estas crisis han generado un incremento alarmante en el número de desplazados forzosos que, según datos recientes, supera los 285 millones. La saturación de los sistemas de asilo y la insuficiencia de políticas para abordar la migración masiva están llevando a una crisis humanitaria sin precedentes.

En el ámbito político, la desconfianza en las instituciones multilaterales como la ONU se ha profundizado. La incapacidad de esta organización para prevenir conflictos y promover soluciones sostenibles, refleja un problema estructural que limita su eficacia.
La proliferación de información falsa a través de tecnologías como la inteligencia artificial también ha contribuido a la desinformación y polarización, erosionando la cohesión social.
Para abordar estas crisis, es esencial implementar estrategias coordinadas a nivel internacional que promuevan la paz, el desarrollo sostenible y la cooperación multilateral. Algunas acciones clave, incluyen el fortalecimiento de la democracia, garantizando procesos electorales transparentes y justos, además de fomentar la participación ciudadana y el respeto por los derechos humanos.
En 2025, es fundamental priorizar la mediación en los conflictos de Ucrania y Gaza, imponiendo sanciones a quienes perpetúan la violencia y facilitando espacios de diálogo entre las partes en disputa. También se requiere abordar las causas profundas de los conflictos, como la desigualdad y el extremismo.
Para combatir la desinformación, resulta urgente implementar marcos legales que regulen el uso de tecnologías avanzadas, asegurando la transparencia y la responsabilidad. La colaboración entre gobiernos y empresas tecnológicas es clave para mitigar los riesgos asociados a estas herramientas.
Para disminuir los nocivos efectos de la inflación y desaceleración económica, los países están obligados a diversificar sus economías, reducir la dependencia de cadenas de suministro vulnerables y fomentar la innovación. Las inversiones en educación y tecnología pueden generar oportunidades para las poblaciones más afectadas por la crisis.
Finalmente, es necesario rediseñar el funcionamiento de organismos como la ONU para que sean más representativos y efectivos. Esto incluye aumentar la rendición de cuentas de sus miembros y garantizar que sus decisiones reflejen los intereses globales y no solo los de unos pocos.
El 2024 nos ha recordado que la comunidad internacional enfrenta retos complejos que requieren soluciones igualmente complejas y colaborativas. Aunque las dificultades son inmensas, también lo es la capacidad de los seres humanos para adaptarse y superar adversidades. La clave radica en reafirmar nuestro compromiso con la paz, la democracia y la justicia, trabajando juntos para construir un futuro más equitativo y sostenible.

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